La
aparición
de
barriadas
a
escala
mundial
Según
un
artículo
aparecido
en
la
revista
electrónica
Chronique
bajo
los
auspicios
de
la
ONU
(López
y
Warah,
2006,
p.
1),
en
los
últimos
dieciséis
años,
casi
17,7
millones
de
personas
en
promedio
se
convierten
cada
año
en
nuevos
habitantes
de
barriadas
y
tugurios,
pasando
de
715
millones
en
1990
a
alrededor
de
998
millones
en
2006.
En
los
países
del
Sur,
encontramos
un
crecimiento
particularmente
elevado.
El
reporte
muestra
una
constatación
inquietante:
las
barriadas
del
planeta
contaran
1,4
millardos
de
habitantes
en
2020,
es
decir
tanto
como
la
población
actual
de
China.
En
este
momento,
el
planeta
cuenta
casi
un
millardo
de
seres
humanos
hacinados
en
las
barriadas,
o
sea
casi
un
ciudadano
urbano
de
cada
tres.
Así,
el fenómeno de las barriadas forma parte de la complejísima
realidad de muchas grandes ciudades del mundo de hoy, sea que ellas
se encuentren en los países pobres del Sur, sea que ellas se
localicen en las aglomeraciones urbanas de algunos países ricos de
Europa Occidental:
[…]
la
puesta
en
práctica
de
una
política
económica
de
mercado
abierto
y
de
búsqueda
de
la
utilidad
máxima
ha
estimulado
la
flexibilidad
de
los
modos
de
vida.
Asistimos
desde
entonces
a
una
generalización
de
la
precariedad
en
nuestras
sociedades.
Esta
precariedad
se
explica
de
manera
contundente
en
las
nuevas
barriadas
que
reaparecen
en
la
periferia
de
numerosas
metrópolis
de
Occidente.
Observamos
así,
desde
hace
una
decena
de
años,
una
ocupación
de
los
espacios
sin
uso
de
la
trama
urbana
en
algunos
de
los
países
más
ricos
de
la
Unión
Europea,
por
poblaciones
extremadamente
precarias
[…]
esta
instalación
en
zonas
desprovistas
de
servicios,
que
recuerdan
los
espacios
más
sórdidos
en
ciertas
ciudades
del
Tercer
Mundo,
nos
lleva
a
percibir
una
importación
del
triste
modelo
de
barrios
autoconstruidos,
espontáneos
[…]
las
condiciones
sociales
de
las
ciudades
de
los
países
pobres
se
encuentran
también,
de
ahora
en
adelante,
en
los
países
ricos
(Vanderlick,
2004,
p.
6-7,
nuestra
traducción).
Aunque
la
barriada
no
sea
exclusiva
de
los
países
subdesarrollados
(Driant,
1991,
p.
15;
Vanderlick,
2004,
p.
11),
en
estos
países
son
un
fenómeno
con
una
fuerza
impresionante
y
se
encuentran
generalmente
ligados
a
aquello
que
puede
ser
considerado
como
un
tipo
"no convencional" de
crecimiento
urbano.
Además,
podríamos
decir
que
la
pobreza
urbana
en
los
países
del
Sur
posee
“el
rostro”
de
una
barriada.
La
pobreza
urbana
y
la
barriada
se
han
convertido
casi
en
términos
sinónimos.
Las
periferias
urbanas,
en
las
que
se
encuentran
principalmente
las
“barriadas”
son
espacios
que
parecen
estar
saturados
de
pobreza.
Se
tiene
la
impresión
que
se
trata
de
una
suerte
de
círculo
vicioso
que
reproduce
la
pobreza
para
siempre.
Tal
no
es
sin
embargo
el
caso,
como
lo
veremos
posteriormente.
Las
barriadas,
las
más
afectadas
por
la
incapacidad
de
la
ciudad
de
asegurar
al
menos
la
dotación
de
servicios
de
base
y
un
mínimo
de
bienestar,
serán
cada
vez
más
agobiadas
por
la
miseria,
pero
aquí
y
allá,
paradójicamente,
surgirán
iniciativas
que
dan
“la
alegría
de
vivir”
(Côté
y
Hart,
1989);
así,
estas
barriadas
son
“espacios
de
esperanza”
(Favreau
y
Fréchette,
1997,
p.
423).
Este
optimismo
es
compartido
por
los
investigadores
peruanos
Arellano
y
Burgos
(2004,
p.
xxi),
quienes
han
estudiado
el
fenómeno
de
la
emergencia
de
la
periferia
urbana
en
las
ciudades
latinoamericanas
con
una
perspectiva
basada
en
los
estilos
de
vida,
el
cambio
social
y
el
comportamiento
de
los
consumidores:
Mientras
las
familias
burguesas
latinoamericanas,
de
Lima,
de
Caracas,
Guayaquil
o
México
D.F.,
veían
disminuir
poco
a
poco
su
importancia
social
y
sus
ingresos
y
se
quejaban
de
la
“desaparición
de
la
clase
acomodada »,
en
los
alrededores
de
la
ciudad
surgía
una
sociedad
distinta,
que
crecía
y
se
desarrollaba
sin
pausa.
Los
habitantes
de
esos
nuevos
barrios,
contrariamente
a
sus
vecinos
del
centro,
durante
los
últimos
cuarenta
años
vieron
crecimiento
y
progreso
en
sus
familias
y
sus
vidas.
El
abuelo,
campesino
rechazado
por
el
campo,
conquisto
un
pedazo
de
cerro
o
arenal
y
comenzó
con
una
casita
de
pajas
y
cartones.
El
padre
creció
ya
en
el
primer
piso
de
una
casa
de
ladrillos
y
fue
chofer
de
taxi.
Finalmente,
el
nieto
vio
ya
la
casa
con
tres
pisos
y
estudia
para
ser
especialista
en
computación
(Arellano,
2004,
p.
xxi).
La autoconstrucción de las comunidades locales tiene un desarrollo más o menos parecido en todas las barriadas que comienzan. Después de la invasión, comienza la búsqueda de la “seguridad predial” (Favreau y Fréchette, 1997, p. 428-429). A veces, cuando los pobladores la alcanzan, una parte del espíritu comunitario se pierde y la preocupación por la “pequeña propiedad familiar” y la individualización de los gastos aparecen.
Una
vez
que
los
invasores
ocupan
realmente
el
lugar,
gradualmente
se
desarrolla
la
habilitación
de
espacios
comunes,
un
“centro
comunitario”
con
actividades
de
deportes
y
recreación,
cocinas
colectivas,
una
posta
médica
y
escuelas.
Finalmente
llegan
la
coordinación
para
el
apoyo
de
la
municipalidad
más
cercana
y
los
trámites
para
conseguir
la
venida
de
ONGs
especializadas
para
el
sostenimiento
de
diversos
proyectos
de
desarrollo.
El
fenómeno
de
migración
del
campo
hacia
las
ciudades,
la
exclusión
que
han
sufrido
la
mayor
parte
de
los
inmigrantes
y
sus
esfuerzos
para
crear
sus
propios
espacios
de
vida
y
desarrollo
al
interior
del
“monstruo
urbano”,
ha
sido
un
proceso
continuo
y
fuertemente
presente
durante
la
segunda
mitad
del
siglo
20
en
los
países
latinoamericanos,
cada
uno
según
su
propia
realidad
y
sus
circunstancias.
Los
pobladores
más
desfavorecidos
del
campo
migran
masivamente
hacia
las
ciudades,
pero
no
encuentran
el
mismo
grado
de
industrialización
que
existía
en
los
países
desarrollados
cuando
movimientos
poblacionales
similares
tuvieron
lugar,
y
más
temprano
que
tarde,
el
deterioro
de
los
servicios
urbanos
sobrevienen:
falta
de
electricidad,
escasez
de
escuelas
y
de
centros
de
salud,
falta
de
agua
potable,
calles
saturadas
de
desechos,
ausencia
de
seguridad
pública,
insuficiencia
y
precariedad
de
medios
de
transporte
y
de
vías
de
comunicación,
escasez
de
viviendas,
etc.
Es
en
ese
contexto
en
el
que
emergen
las
barriadas.
En
grados
diversos,
las
autoridades
públicas
de
los
países
en
desarrollo
se
han
mostrado
incapaces
de
asegurar
a
sus
pobladores
las
condiciones
de
bienestar
y
de
seguridad
económica
que
conocen
un
cierto
número
de
países
dotados
de
una
economía
avanzada
(Bodson
y
Roy,
1995,
p.
176,
nuestra
traducción)
En
el
Perú,
este
fenómeno
ha
sido
llamado
“desborde
popular”
por
el
investigador
peruano
José
Matos
Mar:
El
desborde
[popular]
en
marcha
altera
la
sociedad,
la
cultura
y
la
política
del
país
creando
incesante
y
sutilmente
nuevas
pautas
de
conducta,
valores,
actitudes,
normas,
creencias
y
estilos
de
vida,
que
se
traducen
en
múltiples
y
variadas
formas
de
organización
–social,
económica
y
educativa-
lo
cual
significa
uno
de
los
mayores
cambios
de
nuestra
historia
[…]
estamos
frente
a
un
insólito
y
espontáneo
proceso
de
modernización.
Un
cambio
producido
por
combinación
entre
el
intenso
crecimiento
demográfico,
la
explosión
de
las
expectativas,
el
mayor
acceso
de
las
masas
a
la
información,
la
urbanización
sin
industrialización
y
una
crisis
económica
sin
precedentes
(Matos
Mar,
1988,
p.
17-19).
Entonces,
la
población
ha
“desbordado”
las
capacidades
de
servicio
de
las
grandes
ciudades
latinoamericanas;
sus
economías
han
virado
hacia
la
informalidad
(Favreau
y
Fréchette,
1997,
p.
421-422;
Polèse,
2005,
p.
33)
y
sus
periferias
se
han
transformado
en
los
espacios
que
han
acogido
a
los
campesinos
inmigrantes
y
a
los
obreros
pobres,
formando
las
grandes
aglomeraciones
de
barriadas
y
después
la
emergencia
de
nuevas
ciudades.
Así,
a
pesar
de
todos
los
problemas,
los
sufrimientos
y
las
miserias,
los
mismos
pobladores
han
tomado
el
problema
entre
manos
y
la
autogestión
se
presenta
como
un
camino
de
supervivencia
y
quizás
todo
un
modelo
de
desarrollo
“desde
abajo”
en
los
países
del
Sur
(Sanyal,
1999,
p.
182-183;
Favreau,
1997,
p.
423-424;
De
Soto,
1986,
p.
5-6).
En nuestra próxima entrega trataremos sobre las nuevas ciudades emergentes en el contexto de la globalización.
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